Nos conocimos por vez
primera, aun sin conocernos, hace ya más de 30 años, cuando te vi de la mano de
tu padre, de quien pensé era tu abuelo, mientras yo iba también de la mano con
el mío, que es este caso era efectivamente mi abuelo, a comprar el pan donde
Zoila, la chinita coqueta.
Fue quizá en el momento aquel
en el que nuestras miradas se cruzaron, -porque querida, sí nos miramos- que el destino nos marcó para siempre y se
dispuso a bromear con nosotros y hacernos encontrar aunque sea treinta años
después, ya con hijos y felizmente separados. Ni nuestras entonces
parejas, ni nuestros hijos, ni nuestros triunfos y fracasos, ni nuestros
momentos y tiempos largamente pasados incluso fuera del país, ni la lejanía física
ni la diferencia de edad, la vida misma no pudo evitar que el destino hiciera
su trabajo y acuda siempre puntual a la cita que nos tenía prevista y nos
juntara, estábamos entonces mi amor, destinados. Que broma del destino,
invitarnos al pecado y distanciarnos, hacernos vivir vidas paralelas, separadas
por una línea tan delgada como trabajar uno junto del otro a escasos metros,
quizá caminando por la misma vereda, quizá comprando uno junto al otro en el
mercado de pulgas que nos quedó siempre al frente, quizá escuchando tu risa
fuerte y franca en la heladería. Cuántas veces habremos almorzado en mesas
contiguas en el Parquetito, yo leyendo mi libro, solo como siempre mientras
escuchaba una risa fresca, juvenil y sincera sin saber que era la tuya. Cuantas
veces habremos cruzado uno junto al otro en la Diagonal o cerca del parque
central cercano a nuestros trabajos, cuantas veces habremos visto salir las
estrellas y habremos mirado la misma luna y al mismo tiempo, uno tan cerca y a
la vez tan lejos del otro, separados solo por el tiempo más nunca por la
distancia. Nuestros caminos
paralelos, broma de la vida siempre dispuesta a romper nuestras convicciones,
siguieron paralelas durante cuantos años, creo que varios, que muchos,
demasiados, sin embargo una fuerza desconocida aun nos separaba, esperando el
momento preciso, madura, estable y sufriente para finalmente llegar a nuestra
meta común, única y permanente. Así, Zoila y sus
coqueteos, sin saberlo, formó parte del elenco de esta comedia cuyos papeles principales
nos estaban separados, tu padre y mi abuelo, intercambiaron seguramente
miradas, aun llenos de vida, aun competidores por los afectos de la chinita
coquetona, que nos invitaba a ti y a mí, pasteles, chancays y budines. Esa vez fue pues, la
primera vez que te vi, yo a ti, y tu a mí, pequeña, con el pelo largo y las
manos sucias, yo, niño bien, seguramente abotonado al cuello y bien peinado,
los dos de las manos, con algunos años de diferencia pero aun niños, tú, aun no
hubieras dicho “…y este que me mira…”
y yo, aun no hubiera pensado “…que rica
esa chiquilla…”. Algunos pocos años después,
la vida, terca en sus designios, nos puso a laborar uno junto al otro, a
escasos metros, a pocos pasos, muy pocos, compartíamos, seguramente, lugares
para almorzar, paraderos, climas, veredas y pistas, sufríamos el mismo tráfico,
el mismo tiempo, la mismísima lluvia, el mismo intenso frio y el intenso calor
cuando lo había en esa cuadra cerca al mar.| Tu ni yo lo recordamos,
pero compramos regalos en la misma tienda, tomamos café en las mismas
cafeterías, conocimos los huariques cercanos, compramos tortas para las fiestas
de la oficina en el mismo lugar, complotamos, caminamos, compramos y
disfrutamos el mismo barrio, las mismas calles, el mismo tiempo, separados por
algunos pocos metros, ambos sin saber que el otro, aquel que nos esperaría aun
algunos años, estaba tan cerca, que paradoja de la vida, si en ese momento un ángel
se hubiera acercado y nos hubiera dicho: No
pierdan tiempo, inicien su vida juntos… nos hubiéramos asustado, no le
hubiéramos creído, pensaríamos que es el diablo y no Dios el que nos quería hacer ver la luz,
hubiéramos, tercamente, neciamente, esperado, pero amor mío, aun no era nuestro
tiempo, teníamos que esperar por esta historia de amor que nunca es casual, que
tenía que esperar para ver la luz, y aquí viene el lamentablemente tema del
karma, es el karma pues, hace un tiempo y con experiencias menos, no hubiéramos
sido tu ni yo quienes nos hubiéramos encontrado, es nuestro tiempo, es nuestra oportunidad,
en nuestro examen frente a la vida, se nos pone en frente el reto de sacar
adelante esta relación, con alegría, con amor, con fidelidad, dejando detrás lo
duramente vivido, lo sufrido, lo gozado. Y así fue pues, que
andamos el mismo sendero tercamente durante muchos años, tu, iniciando una
carrera de análisis médico y de adn, yo en la biblioteca del Centro Marista en
el edificio Kennedy, nutriéndome, preparándome, documentándome, esperando el
momento preciso para re conocerte, pese a tenerte tan cerca, esperándote aun,
con fe, con amor, consciente o inconsciente que todo lo que mal vivía seria
para beneficio mutuo, que paradojas de la vida, solo así, sufridos, gozados,
experimentados, andados, es que nuestro amor podría progresar, ya maduros, ya
hechos. Cuantos metros nos separan? Tres metros sobre el suelo?, no lo sabremos
nunca y poco importa, lo cierto es que Dios me permitía cuidarte dejándome muy
cerca de ti, mucho tiempo, muchos años, yo sería aquel que entraría en tu
laboratorio si se sucedía un incendio, aquel que te rescataría si un osado
carterista quería hacerse de tu celular, no él, sino yo aquel que te auxiliaría
si te quedabas sin pasaje, sin apoyo, sin compañía, fui yo entonces, aquel ángel
de la guarda que Dios te puso muy cerca, para cuidarte aun sin conocernos, nos
puso bien cerca, como para que no hubiera duda, es increíble, en la misma
cuadra y al mismo tiempo, es broma? No, es realidad, yo estaba allí, junto a
ti, en la misma cuadra, al mismo tiempo, ya te esperaba, ya maduraba mi amor
por ti, chistes que la vida nos propone, cosas que merecen ser escritas, tu, en
el 269, yo en el 275, podría haber sido mejor? Imposible, pero igual, habría
que aun esperar, no estábamos listos, teníamos que golpearnos y sufrir hasta
tener la certeza que éramos efectivamente el uno para el otro, quizá si no
hubiéramos sido ambos tan tercos, hubiera sido un poco mas fácil igual, yo te
iba a esperar y tu a mí, muchos, muchos años aún, tercamente, perseverantes
ambos, conscientes ambos que la vida nos deparaba aun algo mejor para los dos. Genética en sus
inciertos inicios y el Centro Marista, tan cerca como uno junto al otro, tan
lejos como que aun no te conocía, vecinos, destinados, esperando pacientemente
nuestro momento, EL MOMENTO, el fin del camino, el inicio del último tramo de
nuestras vidas, juntos, francos, sinceros, amantes, amigos, compañeros,
cómplices, condiscípulos, yuntas, siempre riendo, siempre conversando siempre
compartiendo, y con cuatro hermosos retoños siempre faltos de atención y de
afecto, siempre con poco, siempre a deuda, siempre dispuestos a condenarnos,
cumpliendo su papel de hijos que tan bien les sale. Cuántas veces nos
habremos cruzado? Cuantas veces compartimos el paradero? La segunda vez que te vi,
tú no me reconociste, habías crecido, habías desarrollado, habías ganado en
años, en belleza, en argumentos y en experiencia; esta vez ya no tenías un
chancay en la mano, estabas sentada en la tribuna de un campo deportivo, era
recuerdo bien un día de sol brillante, y tu cabello entonces negro, negrísimo,
brillaba también con el sol de esa aciaga primavera de hace algunos años ya,
con las piernas cruzadas, el torso recto, joven, bella, digna, altiva,
provocadora, casi pedante, mirando con tu pequeña talla por encima de todos,
incluso de mí, imagínate, aún incluso de mi, de mi talla pero sobre todo de mi
autosuficiencia y seguridad. De verás que me
ignoraste, hacías como que no me veías pese a mi insistente mirada, que
carácter, que personalidad o es que quizá eras tu la dueña de aquel complejo
deportivo y de aquella tribuna? Parecería que lo eras, o fingías bien serlo, y
la alegría llenaba mi alma mi espíritu recordaba sin recordar, extrañaba sin
extrañar, deseaba sin haber probado, exigía, sufría, quería tomar lo que sabia
le pertenecía desde siempre, quizá desde el momento aquel que entre tu padre y mi
abuelo surgió una complicidad competitiva por el favor de la joven Zoila, no la
manzana, sino el bizcoche de la discordia. Tú no sabes que ellos se
saludaban cómplices mientras tu hacías que yo mirara tu budín de pan, mientras
los dos viejos competían por ser cual es más gracioso frente a la china, un
poco se odiaban un poco la simpatía se acrecentaba, hasta el día que mi padre,
ya un poco verde por los años, quiso instalar un nuevo equipo de escape en su
carro, su carro nuevo, encargándose entones de hacerle saber a tu padre que el
tenia carro del año. Para tu padre era simplemente el vecino, un cliente más al
que castigaría con una cuenta gruesa, por payaso, por hacerse el bacán, por
querer atarantar con su carro nuevo a su competidor de simpatías. Y tuve que llegar hasta
las aulas donde estudiaste para seguir tus pasos, para buscar tu olor y tu
presencia en cada carpeta, en cada rincón de esta casa estudios, buscando los
lugares por donde reíste, sufriste y hasta algo estudiaste, imaginándote en
cada jovencita que veo pasar, llena de dudas, de optimismo, de amor hacia la vida,
siempre con alegría, ocultando siempre tu dolor y tu angustia, siempre por encima
del sufrimiento e incluso del hambre que también nos toco alguna vez compartir
en nuestros caminos cercanos. Ya te quería, y ya te quería encontrar, y ya te
quería tener y aferrarme a ti con el temor de perder el sueño que termina al amanecer,
sin embargo, los años transcurridos uno junto al otro sin hablarnos, nos han
curtido en la espera y en dolor, ya no te espero, ya eché abajo ayer tus
puertas, como dice la canción, ya te puedo amar, ya puedo soñar con verte al llegar
a casa, ya eres mía y soy tuyo y si en caso la vida se burla de nosotros y nos
vuelve a separar, ten por seguro que sabremos buscar el camino para
encontrarnos sea en esta vida o en otra o en otras cuantas sean, te estaré
buscando cuando seamos gatos, cuando volvamos a nacer convertidos en árbol y en
ave, tendrás tu nido entre mis ramas y una vez más veré con inmensa alegría
crecer a tus críos, cuidándolos una vez más, compartiendo con ellos mi sombra y
mi cobijo y también en esa otras vida serán entonces hijos míos hijos de la
vida deseosa de realizarse. Mi final acercamiento a
ti fue a través del dolor que reflejaba tu mirada, tristeza, decepción,
profundo dolor, eras entonces una mujer rota, golpeada, decepcionada, culpable,
responsable de todas las desgracias del mundo; y al mirarte mi vi a mí mismo y
a mi dolor pasado, y quise hablarte, contarte, decirte que la vida no se
acababa, que tenias mucho por vivir, mucho por andar, mucho aún por dolerte,
que eras valiente, decidida, casi heroica, quería reírme, decirte “no te preocupes, estas dolida pero aunque
ahora no lo creas el dolor pasa, de veras, que risa, se te va a pasar, parece
ahora imposible no? Pero ten fe, pasa.
Pero no podía decirte mucho, ya que tu no aún no me habías aun reconocido. Y aunque te ame cuando
estas callada porque estás como ausente, que lejos estás de esa mujer a la que
hoy amo cuando ríe a carcajadas, con esa
risa tuya que le gana a la misma muerte en ese instante, amo tu risa y tu
alegría , que se hace eterna, que suma felicidad a todos los que disfrutamos de
tu alegría, que lejos de esa mujer que baila sin cansarse, que da vueltas y
cambia de ritmo y disfruta y se olvidad de todo cuando danza, que se hace una
con la música, una con la vida misma, sé que vivirías y morirías bailando, olvidándote
de todo entregándote a las notas musicales, a los ritmos frenéticos, a la
alegría, esa alegría que le gana por un instante a la propia muerte, porque tú
eres eso, eres vida, vida que se brinda a todos quienes compartimos un poco del
camino contigo. Y poco a poco fui
haciéndote recordar quien era yo, quien era ese muchachito flaco, ojeroso, con
unos enormes ojos negros y pantalón corto, sin panza, con abundante pelo negro
y cara entre travieso e inocente que te miró extrañado y al que tu miraste
hacia ya muchos muchos años, ese que te había esperado y aquel al que tu también
esperaste, y te ame y me enamore y me entregue a ti, y le pedí a la vida que me
regale los años a los que ya yo había renunciado para vivirlos junto a ti, para
disfrutarlos junto a ti; y pude entonces recordar que no solo nos unió el pan
de la tarde o el bizcocho del domingo, la sonrisa cómplice de la china, la
huaca entonces libre de humo o la avenida La Marina que tenía entonces unas
amplias bermas laterales donde podíamos jugar libremente sin temor a los vehículos,
nos unió también el mercado de pulgas, la cafetería Las Delicias donde Mario
Vargas nos legó mejores líneas que los
que perpetro en este instantes desde mis entrañas, pude recordar la Diagonal, el
edificio Kennedy con sus doce altos pisos, el parque central y el cine El Pacifico,
lugar obligado de citas, donde todas parejas se perdían porque tenía dos
puertas, cuantas veces nos habremos cruzado tú con tu casaca blanca de doctora
joven y yo con mis inmensas ganas de verte de cerca y tocar tus manos pequeñas. Vivimos entonces todos
estos años muy cerca uno del otro, y nuestro terco amir pudo finalmente
desfogar sus ansias, nos recibibos dolidos y rotoso y apoyándonos mutuamente le
pedimos a la vida que nos regale unos instantes más para mirarnos, para gozar
viendo crecer a nuestros cuatro hijos, hoy amor, estamos juntos hemos llegado
al final de nuestro historia que no es sino el inicio de nuestra historia de
amor, pero esta vez juntos. Por eso te digo, nunca
duermas sin tomarme de la mano, que yo siempre tomaré la tuya, así, nunca más
nos perderemos y si tienes dudas, o te sientes sola, aprieta mi mano con fuerza ya verás que nuestro
sueño sigue vigente, latente, vivo, deseoso de seguir creciendo, disfrutando de
la vida que nos regala estos años juntos. Con amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario