viernes, 8 de marzo de 2013

Alvaro Novoa - Denitze o la historia de un terco amor


Nos conocimos por vez primera, aun sin conocernos, hace ya más de 30 años, cuando te vi de la mano de tu padre, de quien pensé era tu abuelo, mientras yo iba también de la mano con el mío, que es este caso era efectivamente mi abuelo, a comprar el pan donde Zoila, la chinita coqueta.
 Fue quizá en el momento aquel en el que nuestras miradas se cruzaron, -porque querida, sí nos miramos-  que el destino nos marcó para siempre y se dispuso a bromear con nosotros y hacernos encontrar aunque sea treinta años después, ya con hijos y felizmente separados. Ni nuestras entonces parejas, ni nuestros hijos, ni nuestros triunfos y fracasos, ni nuestros momentos y tiempos largamente pasados incluso fuera del país, ni la lejanía física ni la diferencia de edad, la vida misma no pudo evitar que el destino hiciera su trabajo y acuda siempre puntual a la cita que nos tenía prevista y nos juntara, estábamos entonces mi amor, destinados. Que broma del destino, invitarnos al pecado y distanciarnos, hacernos vivir vidas paralelas, separadas por una línea tan delgada como trabajar uno junto del otro a escasos metros, quizá caminando por la misma vereda, quizá comprando uno junto al otro en el mercado de pulgas que nos quedó siempre al frente, quizá escuchando tu risa fuerte y franca en la heladería. Cuántas veces habremos almorzado en mesas contiguas en el Parquetito, yo leyendo mi libro, solo como siempre mientras escuchaba una risa fresca, juvenil y sincera sin saber que era la tuya. Cuantas veces habremos cruzado uno junto al otro en la Diagonal o cerca del parque central cercano a nuestros trabajos, cuantas veces habremos visto salir las estrellas y habremos mirado la misma luna y al mismo tiempo, uno tan cerca y a la vez tan lejos del otro, separados solo por el tiempo más nunca por la distancia. Nuestros caminos paralelos, broma de la vida siempre dispuesta a romper nuestras convicciones, siguieron paralelas durante cuantos años, creo que varios, que muchos, demasiados, sin embargo una fuerza desconocida aun nos separaba, esperando el momento preciso, madura, estable y sufriente para finalmente llegar a nuestra meta común, única y permanente. Así, Zoila y sus coqueteos, sin saberlo, formó parte del elenco de esta comedia cuyos papeles principales nos estaban separados, tu padre y mi abuelo, intercambiaron seguramente miradas, aun llenos de vida, aun competidores por los afectos de la chinita coquetona, que nos invitaba a ti y a mí, pasteles, chancays y budines. Esa vez fue pues, la primera vez que te vi, yo a ti, y tu a mí, pequeña, con el pelo largo y las manos sucias, yo, niño bien, seguramente abotonado al cuello y bien peinado, los dos de las manos, con algunos años de diferencia pero aun niños, tú, aun no hubieras dicho “…y este que me mira…” y yo, aun no hubiera pensado “…que rica esa chiquilla…”. Algunos pocos años después, la vida, terca en sus designios, nos puso a laborar uno junto al otro, a escasos metros, a pocos pasos, muy pocos, compartíamos, seguramente, lugares para almorzar, paraderos, climas, veredas y pistas, sufríamos el mismo tráfico, el mismo tiempo, la mismísima lluvia, el mismo intenso frio y el intenso calor cuando lo había en esa cuadra cerca al mar.| Tu ni yo lo recordamos, pero compramos regalos en la misma tienda, tomamos café en las mismas cafeterías, conocimos los huariques cercanos, compramos tortas para las fiestas de la oficina en el mismo lugar, complotamos, caminamos, compramos y disfrutamos el mismo barrio, las mismas calles, el mismo tiempo, separados por algunos pocos metros, ambos sin saber que el otro, aquel que nos esperaría aun algunos años, estaba tan cerca, que paradoja de la vida, si en ese momento un ángel se hubiera acercado y nos hubiera dicho: No pierdan tiempo, inicien su vida juntos… nos hubiéramos asustado, no le hubiéramos creído, pensaríamos que es el diablo y no  Dios el que nos quería hacer ver la luz, hubiéramos, tercamente, neciamente, esperado, pero amor mío, aun no era nuestro tiempo, teníamos que esperar por esta historia de amor que nunca es casual, que tenía que esperar para ver la luz, y aquí viene el lamentablemente tema del karma, es el karma pues, hace un tiempo y con experiencias menos, no hubiéramos sido tu ni yo quienes nos hubiéramos encontrado, es nuestro tiempo, es nuestra oportunidad, en nuestro examen frente a la vida, se nos pone en frente el reto de sacar adelante esta relación, con alegría, con amor, con fidelidad, dejando detrás lo duramente vivido, lo sufrido, lo gozado. Y así fue pues, que andamos el mismo sendero tercamente durante muchos años, tu, iniciando una carrera de análisis médico y de adn, yo en la biblioteca del Centro Marista en el edificio Kennedy, nutriéndome, preparándome, documentándome, esperando el momento preciso para re conocerte, pese a tenerte tan cerca, esperándote aun, con fe, con amor, consciente o inconsciente que todo lo que mal vivía seria para beneficio mutuo, que paradojas de la vida, solo así, sufridos, gozados, experimentados, andados, es que nuestro amor podría progresar, ya maduros, ya hechos. Cuantos metros nos separan? Tres metros sobre el suelo?, no lo sabremos nunca y poco importa, lo cierto es que Dios me permitía cuidarte dejándome muy cerca de ti, mucho tiempo, muchos años, yo sería aquel que entraría en tu laboratorio si se sucedía un incendio, aquel que te rescataría si un osado carterista quería hacerse de tu celular, no él, sino yo aquel que te auxiliaría si te quedabas sin pasaje, sin apoyo, sin compañía, fui yo entonces, aquel ángel de la guarda que Dios te puso muy cerca, para cuidarte aun sin conocernos, nos puso bien cerca, como para que no hubiera duda, es increíble, en la misma cuadra y al mismo tiempo, es broma? No, es realidad, yo estaba allí, junto a ti, en la misma cuadra, al mismo tiempo, ya te esperaba, ya maduraba mi amor por ti, chistes que la vida nos propone, cosas que merecen ser escritas, tu, en el 269, yo en el 275, podría haber sido mejor? Imposible, pero igual, habría que aun esperar, no estábamos listos, teníamos que golpearnos y sufrir hasta tener la certeza que éramos efectivamente el uno para el otro, quizá si no hubiéramos sido ambos tan tercos, hubiera sido un poco mas fácil igual, yo te iba a esperar y tu a mí, muchos, muchos años aún, tercamente, perseverantes ambos, conscientes ambos que la vida nos deparaba aun algo mejor para los dos. Genética en sus inciertos inicios y el Centro Marista, tan cerca como uno junto al otro, tan lejos como que aun no te conocía, vecinos, destinados, esperando pacientemente nuestro momento, EL MOMENTO, el fin del camino, el inicio del último tramo de nuestras vidas, juntos, francos, sinceros, amantes, amigos, compañeros, cómplices, condiscípulos, yuntas, siempre riendo, siempre conversando siempre compartiendo, y con cuatro hermosos retoños siempre faltos de atención y de afecto, siempre con poco, siempre a deuda, siempre dispuestos a condenarnos, cumpliendo su papel de hijos que tan bien les sale. Cuántas veces nos habremos cruzado? Cuantas veces compartimos el paradero? La segunda vez que te vi, tú no me reconociste, habías crecido, habías desarrollado, habías ganado en años, en belleza, en argumentos y en experiencia; esta vez ya no tenías un chancay en la mano, estabas sentada en la tribuna de un campo deportivo, era recuerdo bien un día de sol brillante, y tu cabello entonces negro, negrísimo, brillaba también con el sol de esa aciaga primavera de hace algunos años ya, con las piernas cruzadas, el torso recto, joven, bella, digna, altiva, provocadora, casi pedante, mirando con tu pequeña talla por encima de todos, incluso de mí, imagínate, aún incluso de mi, de mi talla pero sobre todo de mi autosuficiencia y seguridad. De verás que me ignoraste, hacías como que no me veías pese a mi insistente mirada, que carácter, que personalidad o es que quizá eras tu la dueña de aquel complejo deportivo y de aquella tribuna? Parecería que lo eras, o fingías bien serlo, y la alegría llenaba mi alma mi espíritu recordaba sin recordar, extrañaba sin extrañar, deseaba sin haber probado, exigía, sufría, quería tomar lo que sabia le pertenecía desde siempre, quizá desde el momento aquel que entre tu padre y mi abuelo surgió una complicidad competitiva por el favor de la joven Zoila, no la manzana, sino el bizcoche de la discordia. Tú no sabes que ellos se saludaban cómplices mientras tu hacías que yo mirara tu budín de pan, mientras los dos viejos competían por ser cual es más gracioso frente a la china, un poco se odiaban un poco la simpatía se acrecentaba, hasta el día que mi padre, ya un poco verde por los años, quiso instalar un nuevo equipo de escape en su carro, su carro nuevo, encargándose entones de hacerle saber a tu padre que el tenia carro del año. Para tu padre era simplemente el vecino, un cliente más al que castigaría con una cuenta gruesa, por payaso, por hacerse el bacán, por querer atarantar con su carro nuevo a su competidor de simpatías. Y tuve que llegar hasta las aulas donde estudiaste para seguir tus pasos, para buscar tu olor y tu presencia en cada carpeta, en cada rincón de esta casa estudios, buscando los lugares por donde reíste, sufriste y hasta algo estudiaste, imaginándote en cada jovencita que veo pasar, llena de dudas, de optimismo, de amor hacia la vida, siempre con alegría, ocultando siempre tu dolor y tu angustia, siempre por encima del sufrimiento e incluso del hambre que también nos toco alguna vez compartir en nuestros caminos cercanos. Ya te quería, y ya te quería encontrar, y ya te quería tener y aferrarme a ti con el temor de perder el sueño que termina al amanecer, sin embargo, los años transcurridos uno junto al otro sin hablarnos, nos han curtido en la espera y en dolor, ya no te espero, ya eché abajo ayer tus puertas, como dice la canción, ya te puedo amar, ya puedo soñar con verte al llegar a casa, ya eres mía y soy tuyo y si en caso la vida se burla de nosotros y nos vuelve a separar, ten por seguro que sabremos buscar el camino para encontrarnos sea en esta vida o en otra o en otras cuantas sean, te estaré buscando cuando seamos gatos, cuando volvamos a nacer convertidos en árbol y en ave, tendrás tu nido entre mis ramas y una vez más veré con inmensa alegría crecer a tus críos, cuidándolos una vez más, compartiendo con ellos mi sombra y mi cobijo y también en esa otras vida serán entonces hijos míos hijos de la vida deseosa de realizarse. Mi final acercamiento a ti fue a través del dolor que reflejaba tu mirada, tristeza, decepción, profundo dolor, eras entonces una mujer rota, golpeada, decepcionada, culpable, responsable de todas las desgracias del mundo; y al mirarte mi vi a mí mismo y a mi dolor pasado, y quise hablarte, contarte, decirte que la vida no se acababa, que tenias mucho por vivir, mucho por andar, mucho aún por dolerte, que eras valiente, decidida, casi heroica, quería reírme, decirte “no te preocupes, estas dolida pero aunque ahora no lo creas el dolor pasa, de veras, que risa, se te va a pasar, parece ahora imposible no? Pero ten fe, pasa. Pero no podía decirte mucho, ya que tu no aún no me habías aun reconocido. Y aunque te ame cuando estas callada porque estás como ausente, que lejos estás de esa mujer a la que hoy  amo cuando ríe a carcajadas, con esa risa tuya que le gana a la misma muerte en ese instante, amo tu risa y tu alegría , que se hace eterna, que suma felicidad a todos los que disfrutamos de tu alegría, que lejos de esa mujer que baila sin cansarse, que da vueltas y cambia de ritmo y disfruta y se olvidad de todo cuando danza, que se hace una con la música, una con la vida misma, sé que vivirías y morirías bailando, olvidándote de todo entregándote a las notas musicales, a los ritmos frenéticos, a la alegría, esa alegría que le gana por un instante a la propia muerte, porque tú eres eso, eres vida, vida que se brinda a todos quienes compartimos un poco del camino contigo. Y poco a poco fui haciéndote recordar quien era yo, quien era ese muchachito flaco, ojeroso, con unos enormes ojos negros y pantalón corto, sin panza, con abundante pelo negro y cara entre travieso e inocente que te miró extrañado y al que tu miraste hacia ya muchos muchos años, ese que te había esperado y aquel al que tu también esperaste, y te ame y me enamore y me entregue a ti, y le pedí a la vida que me regale los años a los que ya yo había renunciado para vivirlos junto a ti, para disfrutarlos junto a ti; y pude entonces recordar que no solo nos unió el pan de la tarde o el bizcocho del domingo, la sonrisa cómplice de la china, la huaca entonces libre de humo o la avenida La Marina que tenía entonces unas amplias bermas laterales donde podíamos jugar libremente sin temor a los vehículos, nos unió también el mercado de pulgas, la cafetería Las Delicias donde Mario Vargas nos legó  mejores líneas que los que perpetro en este instantes desde mis entrañas, pude recordar la Diagonal, el edificio Kennedy con sus doce altos pisos, el parque central y el cine El Pacifico, lugar obligado de citas, donde todas parejas se perdían porque tenía dos puertas, cuantas veces nos habremos cruzado tú con tu casaca blanca de doctora joven y yo con mis inmensas ganas de verte de cerca y tocar tus manos pequeñas. Vivimos entonces todos estos años muy cerca uno del otro, y nuestro terco amir pudo finalmente desfogar sus ansias, nos recibibos dolidos y rotoso y apoyándonos mutuamente le pedimos a la vida que nos regale unos instantes más para mirarnos, para gozar viendo crecer a nuestros cuatro hijos, hoy amor, estamos juntos hemos llegado al final de nuestro historia que no es sino el inicio de nuestra historia de amor, pero esta vez juntos. Por eso te digo, nunca duermas sin tomarme de la mano, que yo siempre tomaré la tuya, así, nunca más nos perderemos y si tienes dudas, o te sientes sola,  aprieta mi mano con fuerza ya verás que nuestro sueño sigue vigente, latente, vivo, deseoso de seguir creciendo, disfrutando de la vida que nos regala estos años juntos. Con amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario