domingo, 10 de marzo de 2013

Los pasteles de Leonor - Alberto Novoa Allagual


Aquella mañana el sol no llegaba, las manos levantadas tan blancas presagiaba un día pasajero como todos, como cada uno que pasaba lento sin dejar recuerdo, solo pasaba lento, así eran las mañanas en el Colegio Champagnat, corría 1979, la música presagiaba los ochenta, cada rostro, jóvenes despeinados poco antes del recreo del medio día cuando llegaba el hambre a los mas de mil quinientos adolescentes que corrían en el gigantesco patio principal, el asta de la bandera al centro, mas allá la cancha, la piscina, el gimnasio, era tan natural para mi saber que dentro de la vorágine de la ciudad mas moderna de aquella Lima estaba en el centro, en el mismo corazón mi colegio, con sus arboles a cada lado de la cancha y todo rodeado por altísimos edificios que lejos de impedir la luz del sol, protegían como celosas murallas del mundo exterior.

Aquella mañana el sol ya se asomaba, era poco antes de medio día, como siempre el timbre anunciaba el segundo recreo, en mi época no se llevaba lonchera, solo un taper que mama preparaba en casa, temprano con un par de panes, el mío amarillo el de mi hermano Alvaro naranja, salía del salón lentamente, sabia que al no haber novedad seria un recreo mas, un recuerdo olvidable mas. Sentado cerca de la cola de la cafetería esperando nada, conversando, cuando un silencio cerró el anonimato, un golpe seco y la trifulca popular, el temor me obligo a alejarme, la nube blanca flotaba  por todo lugar, las paredes y los pisos impregnadas por una extraña nube blanca.

El silbato del recreo terminado abruptamente confirmaba la confusión después del caos, que había pasado?

La reprimenda general, el hermano director al frente gritando gruesas palabras,  pocos metros, detrás de una columna, mi hermano Alvaro mirándome fijamente con la clásica mirada de “si me denuncias te jodes” me acerque con mas asombro que curiosidad y saco de un bolsillo unos pasteles, los acepte y regrese a la formación.

Al ser el recreo principal, la cafetería había acabado su inventario de pasteles, enviando de inmediato a un empleado a recoger una gran caja directo del portón principal, el empleado velozmente entre los 1500 estudiantes corrió con la caja abrazada en cuyo trayecto Alvaro, con un habilidoso “cave” botaría al empleado regado los pasteles en el piso, creando una nube de azúcar impalpable única.


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