Aquella mañana el sol no llegaba, las manos levantadas tan blancas
presagiaba un día pasajero como todos, como cada uno que pasaba lento sin dejar
recuerdo, solo pasaba lento, así eran las mañanas en el Colegio Champagnat, corría
1979, la música presagiaba los ochenta, cada rostro, jóvenes despeinados poco
antes del recreo del medio día cuando llegaba el hambre a los mas de mil
quinientos adolescentes que corrían en el gigantesco patio principal, el asta
de la bandera al centro, mas allá la cancha, la piscina, el gimnasio, era tan
natural para mi saber que dentro de la vorágine de la ciudad mas moderna de
aquella Lima estaba en el centro, en el mismo corazón mi colegio, con sus
arboles a cada lado de la cancha y todo rodeado por altísimos edificios que
lejos de impedir la luz del sol, protegían como celosas murallas del mundo
exterior.
Aquella mañana el sol ya se asomaba, era poco antes de medio día,
como siempre el timbre anunciaba el segundo recreo, en mi época no se llevaba
lonchera, solo un taper que mama preparaba en casa, temprano con un par de
panes, el mío amarillo el de mi hermano Alvaro naranja, salía del salón
lentamente, sabia que al no haber novedad seria un recreo mas, un recuerdo
olvidable mas. Sentado cerca de la cola de la cafetería esperando nada,
conversando, cuando un silencio cerró el anonimato, un golpe seco y la trifulca
popular, el temor me obligo a alejarme, la nube blanca flotaba por todo lugar, las paredes y los pisos
impregnadas por una extraña nube blanca.
El silbato del recreo terminado abruptamente confirmaba la confusión
después del caos, que había pasado?
La reprimenda general, el hermano director al frente gritando
gruesas palabras, pocos metros, detrás de
una columna, mi hermano Alvaro mirándome fijamente con la clásica mirada de “si
me denuncias te jodes” me acerque con mas asombro que curiosidad y saco de un
bolsillo unos pasteles, los acepte y regrese a la formación.
Al ser el recreo principal, la cafetería había acabado su
inventario de pasteles, enviando de inmediato a un empleado a recoger una gran
caja directo del portón principal, el empleado velozmente entre los 1500
estudiantes corrió con la caja abrazada en cuyo trayecto Alvaro, con un
habilidoso “cave” botaría al empleado regado los pasteles en el piso, creando una
nube de azúcar impalpable única.
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