Cada mañana se oía el extraño cantar de las aves que al unísono
silbaban la misma melodía, Porta era una calle pequeña con arboles de mora a
uno de los lados que caían casi todo el año lo que daba un color rojizo muy
característico de las veredas miraflorinas de aquellas épocas; resbalosas y
socias eran la delicia de los murciélagos que solo de noche hacían un extraño
ruido con sus alas al chocar con las paredes por su mala orientación.
A mis 5 años, el mundo era un misterio, Porta no era la
única calle solitaria, en Miraflores cada calle era como un misterio, los pocos
autos que circulaba fuera del centro de Miraflores avanzaban lentamente; eran
otros tiempos, todo iba mas lento, yo crecía tan lento que no me daba cuenta
que cada pequeño momento me hacia mayor, cada paseo en bicicleta detrás mi
hermanos mayores, que se alejaban y me obligaban a pedalear siempre mas rápido,
hasta que regresaban por mi.
Un día de vacaciones, salimos a pedalear sin rumbo, solo salimos
y conocimos todo Miraflores, 3 hermanos unido nada nos hubiera podido pasar,
Miraflores era tan grande…!! las
inmensas casas con rejas coloniales en la entrada, otras con madera que daba la
impresión de pequeños castillos, las plazuelas pequeñas aparecían de pronto en
el camino casi siempre de forma circular cortando el flujo natural de las
avenidas, grades arboles, plantas, jardines siempre húmedos y calles muy
limpias, solo algunas como Porta enrojecidas por la caída de las moras.
Armando, Alvaro y Alberto, conocidos como Lalo, Javier y
Tito, dormíamos en el mismo cuarto al fondo de la casa de Porta, el único
dormitorio hecho de ladrillo y cemento, el resto de la casa con techo muy altos
construida en 1930 perfilaba paredes muy altas de quincha y adobe y techos de
madera con crucetas pintado de blanco, los pisos característicos de pino,
cuartones largos toscos clavados con gigantes clavos sobre durmientes asentados
en el piso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario