Los pasadizos fríos del colegio Champagnat
se sentían como espejos reflejando los gritos de los adolescentes, las voces
desmedidas los agudos timbres de voz en la mayoría de los casos, otos pocos tan
graves que marcaba la madurez de los pocos privilegiados, yo estaba entre los
callados, entre los mas callados, luego de haber sido tan destacado en los
primeros anos, decidí perderme en el anonimato entre el bullicio del recreo y
las ultimas filas del salón, como perdido, como no queriendo verme, como
queriendo perderme a mi mismo.
Lince era frió pero lleno de ternura, de
grandes amigos de compartir una pelota, era tan simple, era solo jugar, en los
goterones de verano, entre el duro trafico y el bullicio de Navidad, una tiza
para marcar los arcos, una pelota y las reglas que establecíamos, como grandes
jugadores, Miraflores con su cálido sol, sus arboles su aroma de frescura era
tan rígido, exigente, y el colegio era el mejor ejemplo de tal.
Cada mañana despertaba con la radio, mi
madre en la cocina despierta ya varias horas antes se exigía preparando la
comida del día cantaba, hablaba fuerte, nos contaba cosas a los tres hermanos
que aun dormidos, esperábamos fuera sábado para no ir al colegio, el 60% de las
veces o se hacia el milagro y había que levantarse para ir al colegio.
Yo siempre era el ultimo, era el menor de
los tres hermanos, mis hermanos mayores cada uno con su personalidad, con sus
cosas, su mundo, me hacían luchar cada día mas para existir, para ocupar y
mantener un lugar en casa, entre los amigos, el desayuno listo, pan con
mantequilla, quaquer, a cambiarse y al colegio, si algo recuerdo con seguridad
es que Alvaro y yo siempre caminamos juntos al colegio, de regreso a casa, yo
preparaba la llave de la reja y mi hermano la de la puerta así uno abría cada
una para economizar tiempo y esfuerzos, era la simetría del protocolo de
ingreso a casa.
Recuerdo perfectamente bien, era el inicio
del ano escolar, los uniformes limpios, el olor a nuevo en los pasadizos del
colegio, yo continuaba mi tradición de llegar temprano para jugar fulbito antes
de la entrada, camisa heredada muy limpia, lavada por mama, la misma chompa del
ano pasado y los zapatos de mi padre…. semanas atrás, después de probar todas
las alterativas disponibles, ningún zapato heredado me quedo, era imposible
ambicionar un par de zapatos nuevos, la economía familiar no podía darse esos
lujos, mi padre siempre pendiente cedió amorosamente un par de zapatos marrones,
mocasines, con una sutil hebilla en la parte superior, perfectamente tenidos de
negro, marrones de nacimiento, eran los zapatos perfectos, o serian nuevos pero
se veían bien, no me atreví a probármelos, cualquier defecto hubiera empanado
la ola de perfección que tenían para mi, no solo era el zapato sino la
situación, el usar los zapatos de mi padre, el sentir como el, el estar tan
cerca que compartiéramos zapatos me hacia un ser especial privilegiado, la
felicidad entre le marroquin y el caucho.
Ese primer día de clases, me vestí rápidamente, no era ya el ultimo, desperté temprano, salte de la cama directo a
la ducha, prepare mis libros y espere a mi hermano, rumbo al colegio las
escasas 3 cuadras de distancia se alejaban cada momento mas, los zapatos eran
raros, debe ser el proceso de adaptación, siempre tan lógico buscando una
amable explicación para no determinar que me quedaban grandes, no grandes,
inmensos, en el colegio, vi el partido
de fulbito de la mañana, sin poder jugar, oí las voces en los pasillos, sentí la
inmensidad la grandeza de la estructura que antes me había sido esquiva y que
esta vez iba decidido a conquistar, y me perdí entre las voces, entre los
reflejos de los pasillos, entre la inmensidad del gigante que lejos de presionarme
me hacia desaparecer.
9 meses, como un parto dura el ano escolar,
nueve meses sin caminar, sentado cerca de la entada del salón, esperando que
todos se vayan para regresar a casa, me aleje del fulbito, deje los amigos,
deseche cada reclamo que hubiera podido hacer porque realistamente era
imposible que mis padres compraran otro par de zapatos, era irresponsable de mi
parte pedir, era fuerte, sabia olvidar los problemas y caminar, así que eso
hacia cada día de los nueve meses restantes del ano escolar, caminar despacio, aprendí a controlar mis pasos, a disimular cuando mi padre me veía eso me hizo
fuerte y responsable, mas fuerte y mas responsable, y me enseno a caminar lo
que me serviría sin saberlo muchos anos después cuando camine tanto que llegue
a extrañar los zapatos de mi padre.
¡Tremenda introspección Cumpai! He de confesar una emoción acongojante al leer en tu texto a mi amigo Alberto cual doctor viendo el resultado de una resonancia =)
ResponderEliminarGrandioso comentario amigo
ResponderEliminar