1966,
no fue el mejor año republicano para Perú, la dictadura que se asomaba, un
Velasco cada vez mas fuerte intentando lo que lograría años después por la
fuerza, el golpe militar, el re golpe, “don bolas” en la tele, un spot
publicitario en dibujos animados de un “gordito” que decía “a don bolas no se
le debe hacer caso” aludiendo a los rumores que el estado ya no tenia dinero, a
que estábamos cada vez peor y la crisis social derivaría en todos los males que
vivimos en las ultimas décadas.
Desde
que nací tome conciencia de mi existencia, no se si es común, pero desde muy
pequeño sabia lo que era y lo que no, solía decir “cuando era grande y …me achique”
para dar un ejemplo de mi claridad de idea. Todo el amor del mundo estaba en
casa, cada uno tenia su espacio y su tiempo, su especial forma de ser, respetada
por todos, sin intención de cambiar, solo sentir que cada uno tan individual éramos
como un todo que como decía el abuelo al ser tan unidos éramos más fuertes.
La
casa donde viví mis primeros cinco años era pequeña, se encontraba en un barrio
popular como así lo llamaban entonces, como ahora llaman “conos” a los barrios
que bordean Lima, era el distrito de Lince. La pequeña casa tenia pisos
cerámicos de colores desconocidos para mí, el pequeño y misterioso baño en la
cocina, el que nunca explore, el pasadizo largo de entrada tan oscura, Jose
pardo no era una calle tranquila. Lima vivía emborrachada por el fuerte olor de
los ómnibus de aquella época, el diesel no perdona, el olor característico de
su humo, el kerosene del primus, el ron de quemar, las mañanas frías de pisos con barro, porque
en lima no llovía sino embarraba.
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