martes, 9 de abril de 2013

La Pandilla - Alberto Novoa Allagual


Lince era el lugar mas frió del Perú  sus calles anchas y modernas contrastaban con el cielo gris nublado por el humo de los viejos ómnibus es que transitaba por cuanta calle tenia, el ruido infernal detectaba tempranamente lo que con el pasar de los anos seria la perdida de mi oído izquierdo, lentamente, poco a poco.
Una esquina transitada en medio de un mercado, a la vuelta de la avenida, como cualquier esquina de Lima, empezando la cuadra la casa misteriosa, seguía la gasfitería, especie de ferretería dedicada solo a tubos y artículos de gasfitería, sigua la quinta de Enrique, la librería de su madre, al costado la puerta de la casa de Juan, la obstetriz suerte de posta medica que atendía solo embarazadas, la ferretería de los abuelos de Juan, la puerta de la casa de Enrique el primo de Enrique, la tienda de discos de mi padre y la entrada de la quinta de Angelito, la farmacia……..
Nidia ya conocía a Georgia mama de Enrique, solo dos puertas separaban las tiendas de discos y la librería; siempre de fachada verde, un pequeño edificio de solo dos pisos y azotea, como levantándose entre tanto caos marcando el orden del barrio, un mundo diferente, adentro, el calor de hogar, solo Enrique y su madre, su padre falleciera siendo todos muy pequeños, hacia pocos días que nos conocíamos y el movimiento inusual en casa presagiaban el desastre, por la noche Enrique comía en mi casa, éramos tan pequeños, quizás 5 anos quizás, Enrique siempre delgado, de pelo rojizo y prominentes dientes, lentes, pecas, característicamente gritón, se convirtió con el tiempo en mi mejor amigo, el cómplice de travesuras y camarada de juventud compartiendo una pelota en ese bosque misterioso que los chicos llamábamos Parque Castilla; con el tiempo, Enrique lleno su vida de futbol pasión no compartida por quienes a esa edad aún no entendíamos de vacios ni de soledad.



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