miércoles, 15 de mayo de 2013

La casa de Porta - Alberto Novoa Allagual


Siempre en verano desempolvábamos las bicicletas sin saberlo, poco a poco pedaleada tras pedaleada; la casa de Porta de techo tan altos, paredes interminables y colores agudos, la casa era pequeña en comparación a otras de Miraflores de la misma época, las rejas altas de la entrada flanqueadas por dos columnas macizas, el pequeño patio de entrada, dos jardines siempre con plantas, las paredes del patio con zócalo alto azul y después blanco hasta el techo, las ventanas tan disonantes con marco de aluminio entre tanta majestuosidad de quincha adobe y madera, todo siempre en su lugar, la puerta de entrada tan alta como las paredes, con el mas peculiar sonido de cierre, como si la bondad de la chapa nos diera la bienvenida, un amable “click” que hoy retumba entre el eco de la casa vacía y que cada vez que cierro me regala un viaje a aquella época de colores fuertes y paredes altas.
La gran alfombra de la sala, el piso de linóleo del comedor, los arcos de entrada al patio mas que morisco nacionalista, la increíble puerta de madera con la vista a la pileta fabricada por mi padre de un lavatorio de mármol muy antiguo y mucha creatividad.
La cocina estaba al fondo dando inicio al pasadizo y la puerta falsa de la casa donde estaban las bicicletas colgadas en las paredes; es tan fácil para un hijo llegar a una casa ya formada donde las cosas en su lugar esperan ser desordenadas para que un padre con paciencia enseñe mas que con el ejemplo la constancia de mantener las cosas mas que en su lugar en el lugar destinado para ellas. Ese era mi padre, incansable sonador, haciendo de cada invento un proceso productivo, con mas visión que dinero, esperanza que resultados; cada idea era una luz que lejos de despegar económicamente daba la esperanza que iluminaba los ojos de mi madre que traducía el amor en ilusión y la ilusión en sonrisa; el mas fuerte recuerdo que guardo de mis padres, su sonrisa, incluso su voz, la que escucho a veces colándose entre mis palabras, entre mis sonrisas.
Para evitar la crisis mi madre había independizado un ambiente de la casa y alquilado para lo que sacrificó parte del pasadizo para hacer un baño que hizo poco menos que imposible alcanzar las bicicletas cada verano, de modo que una vez bajadas había que justificar su uso para evitar colgarlas, mi bicicleta, simplemente veloz, cortaba el viento con su color amarillo, la llanta delantera banda blanca y la trasera marca “Sears” contrastaban con la canasta que un tiempo instale detrás del asiento como estaba de moda, no recuerdo haber ido mas allá de la esquina de la panadería o del colegio, 4 o 5 cuadras, no mas, era pequeño, Miraflores era tan grande,  tan solitario, jugábamos fulbito en la puerta de la casa donde hoy es una de las calles mas transitadas del distrito, las ultimas cuadras de Porta eran simplemente solitarias, 3 o 4 casas por cuadra, grandes jardines, no habían bodegas ni autos, solo nosotros que jugábamos el verano entero, sin saber del tiempo solo del calor, el sudor y la pelota.
Éramos 3 hermanos, el mayor siempre al frente, casi en paralelo seguía Alvaro y yo siempre detrás, nunca protegido por ellos sino mas bien en competencia, mil pedaleadas mías eran pocas de ellos, debía mantener el paso, si me quejaba…me quedaba.
Éramos tres hermanos, criados por la misma mano, bajo el mismo techo con la misma ropa, cada cual con su cariño, con el amor de los pasos de cada noche de insomnio cuando como solo un padre comprendería se terminan los números de tanto contar los pasos con el hijo cargado haciéndolo dormir,  para mi, con mis hijos no es solo el esfuerzo, es un honor, es la hora en la que puedo regresar el tiempo y apachurrar a mis hijos cuando ya dormidos en mis brazos, los miro, huelo sus cabezas y beso sus frentes.
Imagino a mi padre haciendo lo mismo, no hay forma de criar bien sin cargar, si oler sin amar y Octavio nos amó, dejándose traicionar al final de la vida por sus temores que invadieron su mente y lo convirtieron en quien dejó de ser el día que se fue.
Recuerdo con pasión como trataba de convertir cada objeto en mi versión manual de cada propagandeada marca, la televisión empezaba su efecto como medio de publicidad, la presión de los compañeros de colegio que cada día estrenaba mejores zapatillas, loncheras y etc, yo siempre con la poca ropa que heredaba de mis hermanos trate mil veces de pintarla, modificarla o hacerla similar a la marca conocida, nada mas lejano pero reconfortante para mi. Aquella ocasión, no dude en modificar los manubrios de mi bicicleta, había conseguido dos extremos de plástico muy similar al de la marca de moda, pero ligeramente mas ancho, lo inserte y para ajustarlo hice un par de tiras de madera que ajustaban a presión los nuevos manubrios evitando se saliera, aquella tarde de verano que ya yo solo regresaba a casa en bicicleta coronaria el paseo con lo que los chicos de aquel entonces bautizáramos como “caballito” levantado la llanta delantera de la bicicleta en pleno movimiento, en pleno acto, se salieron los manubrios que mal arme quedándome con los plásticos brillantes en mis manos lejos, muy lejos del timón de la bicicleta, el impacto fue tal que cayeron moras del árbol contra el que me estrelle, estrelle, así aprendí porque se le dice…estrelle.
La vida me enseñaría con mucha paciencia que las apariencias son esquivas, opino que la vida debió ensenarle eso a mis compañeros de colegio, no a mi, igual lo aprendí, minuto a minuto.
Solo 3 cuadras separaban al colegio de la casa, cada mañana era interminable el caminar a lo que después consideraría el mas grande suplicio, mis padres convencidos que la educación era lo mas importante no permitían que mediara argumento ni suplica, era impensable pedir, mucho menos exigir, en los anos que viví mi niñez no recuerdo nunca haber pedido nada, ni juguete ni beneficio, era simplemente impensable, la sola propuesta hubiera sido irresponsable, cuanto ha cambiado la vida…:!!!

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