Siempre en verano desempolvábamos las bicicletas sin
saberlo, poco a poco pedaleada tras pedaleada; la casa de Porta de techo tan altos,
paredes interminables y colores agudos, la casa era pequeña en comparación a
otras de Miraflores de la misma época, las rejas altas de la entrada flanqueadas
por dos columnas macizas, el pequeño patio de entrada, dos jardines siempre con
plantas, las paredes del patio con zócalo alto azul y después blanco hasta el
techo, las ventanas tan disonantes con marco de aluminio entre tanta majestuosidad
de quincha adobe y madera, todo siempre en su lugar, la puerta de entrada tan
alta como las paredes, con el mas
peculiar sonido de cierre, como si la bondad de la chapa nos diera la
bienvenida, un amable “click” que hoy retumba entre el eco de la casa vacía y
que cada vez que cierro me regala un viaje a aquella época de colores fuertes y
paredes altas.
La gran alfombra de la sala, el piso de linóleo del comedor,
los arcos de entrada al patio mas que morisco nacionalista, la increíble puerta
de madera con la vista a la pileta fabricada por mi padre de un lavatorio de
mármol muy antiguo y mucha creatividad.
La cocina estaba al fondo dando inicio al pasadizo y la
puerta falsa de la casa donde estaban las bicicletas colgadas en las paredes;
es tan fácil para un hijo llegar a una casa ya formada donde las cosas en su
lugar esperan ser desordenadas para que un padre con paciencia enseñe mas que
con el ejemplo la constancia de mantener las cosas mas que en su lugar en el
lugar destinado para ellas. Ese era mi padre, incansable sonador, haciendo de
cada invento un proceso productivo, con mas visión que dinero, esperanza que
resultados; cada idea era una luz que lejos de despegar económicamente daba la
esperanza que iluminaba los ojos de mi madre que traducía el amor en ilusión y
la ilusión en sonrisa; el mas fuerte recuerdo que guardo de mis padres, su
sonrisa, incluso su voz, la que escucho a veces colándose entre mis palabras,
entre mis sonrisas.
Para evitar la crisis mi madre había independizado un
ambiente de la casa y alquilado para lo que sacrificó parte del pasadizo para
hacer un baño que hizo poco menos que imposible alcanzar las bicicletas cada verano,
de modo que una vez bajadas había que justificar su uso para evitar colgarlas,
mi bicicleta, simplemente veloz, cortaba el viento con su color amarillo, la
llanta delantera banda blanca y la trasera marca “Sears” contrastaban con la
canasta que un tiempo instale detrás del asiento como estaba de moda, no
recuerdo haber ido mas allá de la esquina de la panadería o del colegio, 4 o 5
cuadras, no mas, era pequeño, Miraflores era tan grande, tan solitario, jugábamos fulbito en la puerta
de la casa donde hoy es una de las calles mas transitadas del distrito, las
ultimas cuadras de Porta eran simplemente solitarias, 3 o 4 casas por cuadra,
grandes jardines, no habían bodegas ni autos, solo nosotros que jugábamos el
verano entero, sin saber del tiempo solo del calor, el sudor y la pelota.
Éramos 3 hermanos, el mayor siempre al frente, casi en
paralelo seguía Alvaro y yo siempre detrás, nunca protegido por ellos sino mas
bien en competencia, mil pedaleadas mías eran pocas de ellos, debía mantener el
paso, si me quejaba…me quedaba.
Éramos tres hermanos, criados por la misma mano, bajo el mismo
techo con la misma ropa, cada cual con su cariño, con el amor de los pasos de
cada noche de insomnio cuando como solo un padre comprendería se terminan los
números de tanto contar los pasos con el hijo cargado haciéndolo dormir, para mi, con mis hijos no es solo el
esfuerzo, es un honor, es la hora en la que puedo regresar el tiempo y
apachurrar a mis hijos cuando ya dormidos en mis brazos, los miro, huelo sus
cabezas y beso sus frentes.
Imagino a mi padre haciendo lo mismo, no hay forma de criar
bien sin cargar, si oler sin amar y Octavio nos amó, dejándose traicionar al
final de la vida por sus temores que invadieron su mente y lo convirtieron en
quien dejó de ser el día que se fue.
Recuerdo con pasión como trataba de convertir cada objeto en
mi versión manual de cada propagandeada marca, la televisión empezaba su efecto
como medio de publicidad, la presión de los compañeros de colegio que cada día
estrenaba mejores zapatillas, loncheras y etc, yo siempre con la poca ropa que
heredaba de mis hermanos trate mil veces de pintarla, modificarla o hacerla
similar a la marca conocida, nada mas lejano pero reconfortante para mi.
Aquella ocasión, no dude en modificar los manubrios de mi bicicleta, había
conseguido dos extremos de plástico muy similar al de la marca de moda, pero
ligeramente mas ancho, lo inserte y para ajustarlo hice un par de tiras de
madera que ajustaban a presión los nuevos manubrios evitando se saliera,
aquella tarde de verano que ya yo solo regresaba a casa en bicicleta coronaria
el paseo con lo que los chicos de aquel entonces bautizáramos como “caballito”
levantado la llanta delantera de la bicicleta en pleno movimiento, en pleno
acto, se salieron los manubrios que mal arme quedándome con los plásticos
brillantes en mis manos lejos, muy lejos del timón de la bicicleta, el impacto
fue tal que cayeron moras del árbol contra el que me estrelle, estrelle, así
aprendí porque se le dice…estrelle.
La vida me enseñaría con mucha paciencia que las apariencias
son esquivas, opino que la vida debió ensenarle eso a mis compañeros de
colegio, no a mi, igual lo aprendí, minuto a minuto.
Solo 3 cuadras separaban al colegio de la casa, cada mañana
era interminable el caminar a lo que después consideraría el mas grande
suplicio, mis padres convencidos que la educación era lo mas importante no
permitían que mediara argumento ni suplica, era impensable pedir, mucho menos
exigir, en los anos que viví mi niñez no recuerdo nunca haber pedido nada, ni
juguete ni beneficio, era simplemente impensable, la sola propuesta hubiera
sido irresponsable, cuanto ha cambiado la vida…:!!!
Muy buen articulo, muy cierto todo!
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