sábado, 2 de febrero de 2013

Los zapatos de mi padre - Alberto Novoa Allagual


Los pasadizos fríos del colegio Champagnat se sentían como espejos reflejando los gritos de los adolescentes, las voces desmedidas los agudos timbres de voz en la mayoría de los casos, otos pocos tan graves que marcaba la madurez de los pocos privilegiados, yo estaba entre los callados, entre los mas callados, luego de haber sido tan destacado en los primeros anos, decidí perderme en el anonimato entre el bullicio del recreo y las ultimas filas del salón, como perdido, como no queriendo verme, como queriendo perderme a mi mismo.
Lince era frió pero lleno de ternura, de grandes amigos de compartir una pelota, era tan simple, era solo jugar, en los goterones de verano, entre el duro trafico y el bullicio de Navidad, una tiza para marcar los arcos, una pelota y las reglas que establecíamos, como grandes jugadores, Miraflores con su cálido sol, sus arboles su aroma de frescura era tan rígido, exigente, y el colegio era el mejor ejemplo de tal.
Cada mañana despertaba con la radio, mi madre en la cocina despierta ya varias horas antes se exigía preparando la comida del día  cantaba, hablaba fuerte, nos contaba cosas a los tres hermanos que aun dormidos, esperábamos fuera sábado para no ir al colegio, el 60% de las veces o se hacia el milagro y había que levantarse para ir al colegio.
Yo siempre era el ultimo, era el menor de los tres hermanos, mis hermanos mayores cada uno con su personalidad, con sus cosas, su mundo, me hacían luchar cada día mas para existir, para ocupar y mantener un lugar en casa, entre los amigos, el desayuno listo, pan con mantequilla, quaquer, a cambiarse y al colegio, si algo recuerdo con seguridad es que Alvaro y yo siempre caminamos juntos al colegio, de regreso a casa, yo preparaba la llave de la reja y mi hermano la de la puerta así uno abría cada una para economizar tiempo y esfuerzos, era la simetría del protocolo de ingreso a casa.
Recuerdo perfectamente bien, era el inicio del ano escolar, los uniformes limpios, el olor a nuevo en los pasadizos del colegio, yo continuaba mi tradición de llegar temprano para jugar fulbito antes de la entrada, camisa heredada muy limpia, lavada por mama, la misma chompa del ano pasado y los zapatos de mi padre…. semanas atrás, después de probar todas las alterativas disponibles, ningún zapato heredado me quedo, era imposible ambicionar un par de zapatos nuevos, la economía familiar no podía darse esos lujos, mi padre siempre pendiente cedió amorosamente un par de zapatos marrones, mocasines, con una sutil hebilla en la parte superior, perfectamente tenidos de negro, marrones de nacimiento, eran los zapatos perfectos, o serian nuevos pero se veían bien, no me atreví a probármelos, cualquier defecto hubiera empanado la ola de perfección que tenían para mi, no solo era el zapato sino la situación, el usar los zapatos de mi padre, el sentir como el, el estar tan cerca que compartiéramos zapatos me hacia un ser especial privilegiado, la felicidad entre le marroquin y el caucho.
Ese primer día de clases, me vestí rápidamente, no era ya el ultimo, desperté temprano, salte de la cama directo a la ducha, prepare mis libros y espere a mi hermano, rumbo al colegio las escasas 3 cuadras de distancia se alejaban cada momento mas, los zapatos eran raros, debe ser el proceso de adaptación, siempre tan lógico buscando una amable explicación para no determinar que me quedaban grandes, no grandes, inmensos,  en el colegio, vi el partido de fulbito de la mañana, sin poder jugar, oí las voces en los pasillos, sentí la inmensidad la grandeza de la estructura que antes me había sido esquiva y que esta vez iba decidido a conquistar, y me perdí entre las voces, entre los reflejos de los pasillos, entre la inmensidad del gigante que lejos de presionarme me hacia desaparecer.
9 meses, como un parto dura el ano escolar, nueve meses sin caminar, sentado cerca de la entada del salón, esperando que todos se vayan para regresar a casa, me aleje del fulbito, deje los amigos, deseche cada reclamo que hubiera podido hacer porque realistamente era imposible que mis padres compraran otro par de zapatos, era irresponsable de mi parte pedir, era fuerte, sabia olvidar los problemas y caminar, así que eso hacia cada día de los nueve meses restantes del ano escolar, caminar despacio, aprendí a controlar mis pasos, a disimular cuando mi padre me veía eso me hizo fuerte y responsable, mas fuerte y mas responsable, y me enseno a caminar lo que me serviría sin saberlo muchos anos después cuando camine tanto que llegue a extrañar los zapatos de mi padre.

2 comentarios:

  1. ¡Tremenda introspección Cumpai! He de confesar una emoción acongojante al leer en tu texto a mi amigo Alberto cual doctor viendo el resultado de una resonancia =)

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